Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
Aprende a meditar gratis en https://www.elsenderodeyogananda.com
Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui, escrita por Paramhansa Yogananda.
Este libro es un clásico espiritual que ha transformado la vida de miles de personas, incluyendo personajes como Steve Jobs y George Harrison.
Las joyas de sabiduría que nos ofrece Yogananda en su libro nos ayudan a expandir nuestra consciencia hacia el Gozo y la Dicha Divina. Tocando temas como la relación Gurú-discípulo; karma y reencarnación; mundos físico, astral y causal; milagros y poderes sobrehumanos; técnicas científicas para la comunión con Dios; la relación entre Hinduismo y Cristianismo; la vida de los santos; etc., esta Autobiografía resulta una enciclopedia absoluta del Yoga y la espiritualidad esencial para todo buscador de la verdad.
Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte II
Aprende a meditar gratis en https://www.elsenderodeyogananda.com
¿Cómo los Maestros han trascendido el ego y se han unido con el Espíritu? ¿Qué es el Kriya Yoga? ¿Cuál es el beneficio del celibato?
En este episodio tocaremos estos temas mientras Yogananda nos cuenta sobre sus primeros años de vida.
Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui de Paramhansa Yogananda. Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte II
#Yoga #Yogananda #Meditación #Dios #Felicidad #Karma #KriyaYoga #Celibato #Dicha #Autobiografía
Aprende a meditar ahora mismo en https://www.elsenderodeyogananda.com/
Aprende a meditar gratis en https://www.elsenderodeyogananda.com
Hola amiga, amigo. Bienvenidos a este segundo episodio, donde vamos a continuar nuestra lectura y comentarios de la Autobiografía de un Yogui.
Y hoy continuamos con el capítulo uno, segunda parte.
Al comienzo de su vida matrimonial, mis padres se hicieron discípulos de un gran maestro, Lahiri Mahasaya de Benarés. Este contacto reforzó el temperamento naturalmente ascético de mi padre. Mi madre hizo una confesión singular a mi hermana Roma: “Tu padre y yo vivimos juntos como marido y mujer sólo una vez al año, con el objeto de tener hijos”.
Mi padre conoció a Lahiri Mahasaya gracias a Abinash Babu, un empleado de la oficina del Ferrocarril Bengala-Nagpur en Gorakhpur. Abinash instruyó mis tiernos oídos con relatos de muchos santos indios. Invariablemente concluía con un tributo a la gloria suprema de su propio gurú.
“¿Conoces las extraordinarias circunstancias bajo las que tu padre se hizo discípulo de Lahiri Mahasaya? Era una perezosa tarde de verano, Abinash y yo estábamos sentamos en el patio de casa cuando me planteó esta intrigante pregunta. Sacudí la cabeza con una sonrisa expectante.
“Hace años, antes de que nacieras, pedí a mi superior en la oficina, tu padre, que me liberara durante una semana de mis deberes en Gorakhpur para poder visitar a mi gurú en Benarés. Tu padre se burló de mi proyecto.
“‘¿Vas a convertirte en un fanático religioso?’, preguntó. ‘Concéntrate en tu trabajo en la oficina si quieres progresar.
“Regresaba a casa caminando tristemente por un sendero en el bosque, cuando me encontré con tu padre en un palanquín. Despidió a sus sirvientes y al transporte y comenzó a caminar a mi lado. Tratando de consolarme, señaló las ventajas de esforzarse por obtener éxito mundano. Pero yo le oía con desgana. Mi corazón repetía: ‘¡Lahiri Mahasaya! ¡No puedo vivir sin verte!’.
“El sendero nos llevó hasta la linde de un tranquilo campo, donde los últimos rayos del sol del atardecer todavía coronaban las altas ondas de la hierba silvestre. Nos detuvimos admirándolo. ¡De pronto, allí, en el campo, a sólo unos metros de nosotros, apareció la figura de mi gran gurú!
“‘¡Bhagabati, eres demasiado duro con tu empleado!’. Su voz resonó en nuestros oídos atónitos. Desapareció tan misteriosamente como había venido. Exclamé de rodillas, ‘¡Lahiri Mahasaya!, ¡Lahiri Mahasaya!’. Tu padre se quedó inmóvil, estupefacto, durante unos momentos.
“‘Abinash, no sólo te dejaré ir, sino que yo mismo me pondré en marcha hacia Benarés mañana. ¡Tengo que conocer a ese gran Lahiri Mahasaya, capaz de materializarse a voluntad para interceder por ti! Llevaré a mi esposa y pediré a este maestro que nos inicie en su sendero espiritual. ¿Querrás servirnos de guía?’.
“‘Por supuesto’. Me inundó la dicha ante la milagrosa respuesta a mi oración y el rápido y favorable giro de los acontecimientos.
“‘Por la tarde del día siguiente entramos en Benarés. Al día siguiente cogimos un coche de caballos y después caminamos por una estrecha callejuela hasta la retirada casa de mi gurú. Al entrar en la pequeña sala nos inclinamos ante el maestro, sentado en su habitual postura de loto. Hizo parpadear sus penetrantes ojos y los fijó en tu padre.
“‘¡Bhagabati, eres demasiado duro con tu empleado!’”. Sus palabras eran las mismas que había utilizado dos días antes en el campo de Gorakhpur. Añadió, ‘Me alegro de que hayas permitido a Abinash visitarme y de que tú y tu esposa le hayáis acompañado’.
“Para su regocijo, inició a tus padres en la práctica espiritual de Kriya Yoga. Tu padre y yo, como hermanos discípulos, hemos sido amigos desde el memorable día de la visión. Lahiri Mahasaya mostró mucho interés en tu propio nacimiento. Seguramente tu vida estará vinculada a la suya: las bendiciones del maestro nunca fallan”.
Lahiri Mahasaya se fue de este mundo poco después de que yo entrara en él. Su fotografía, en un marco ricamente adornado, honró siempre nuestro altar familiar en las distintas ciudades a las que mi padre, a consecuencia de su trabajo, fue trasladado. Muchas mañanas y noches nos encontraron a mi madre y a mí meditando ante una capilla improvisada, ofreciendo flores bañadas en fragante pasta de sándalo. Uniendo incienso y mirra a nuestra devoción, rendíamos homenaje a la divinidad que había encontrado plena expresión en Lahiri Mahasaya.
Su fotografía tuvo una influencia incomparable en mi vida. A medida que crecía, el pensamiento del maestro crecía conmigo. Con frecuencia, mientras estaba meditando veía su imagen fotográfica surgir de su pequeño marco, tomar forma viviente, sentarse ante mí. Cuando intentaba tocar los pies de su luminoso cuerpo, se metamorfoseaba y volvía a convertirse en una fotografía. A medida que la niñez desembocó en la adolescencia, Lahiri Mahasaya pasó para mí, de una pequeña copia de su imagen enmarcada, a ser una presencia viva, esclarecedora. A menudo le rezaba en momentos de dificultad o confusión, encontrando en mi interior su orientación y su consuelo. Al principio me afligía que no estuviera físicamente vivo. Cuando comencé a descubrir su secreta omnipresencia, ya no volví a lamentarlo. Él con frecuencia escribía a sus discípulos ansiosos por verle: “¿Por qué ver mi carne y mis huesos cuando estoy siempre al alcance de vuestra kutastha (visión espiritual)?”.
Cuando tenía alrededor de ocho años, fui bendecido con una sorprendente curación gracias a la fotografía de Lahiri Mahasaya. Esta experiencia intensificó mi amor. Mientras estábamos en la finca de nuestra familia en Ichapur, Bengala, fui atacado por el cólera asiático. No había para mí esperanzas de vida; los médicos no podían hacer nada. A la cabecera de mi cama, mi madre me hacía desesperadamente señas para que mirara la fotografía de Lahiri Mahasaya colgada sobre mi cabeza.
“¡Inclínate mentalmente ante él!”. Sabía que yo estaba demasiado débil incluso para levantar las manos en salutación. “¡Si de verdad muestras tu devoción y te arrodillas interiormente ante él, se te perdonará la vida!”.
Miré su fotografía y vi una luz cegadora que envolvió mi cuerpo y toda la habitación. Mis náuseas y los demás síntomas incontrolables desaparecieron; estaba curado. Al mismo tiempo me sentí lo bastante fuerte para inclinarme a los pies de mi madre en agradecimiento por su inmensa fe en su gurú. Mi madre apretó repetidamente su cabeza contra la pequeña fotografía.
“¡Oh, Maestro Omnipresente, te doy gracias porque tu luz curó a mi hijo!”.
Comprendí que también ella había sido testigo del luminoso resplandor que me había repuesto instantáneamente de una enfermedad normalmente mortal.
Una de mis posesiones más preciadas es esa fotografía. Dada a mi padre por el mismo Lahiri Mahasaya, lleva consigo una vibración sagrada. La fotografía tiene un origen milagroso. Oí la historia de labios del hermano discípulo de mi padre, Kali Kumar Roy.
Parece ser que el maestro tenía aversión a ser retratado. A pesar de sus protestas, en una ocasión se le sacó una fotografía con un racimo de devotos, entre quienes estaba Kali Kumar Roy. El sorprendido fotógrafo descubrió que la placa, que tenía imágenes claras de todos los discípulos, no mostraba sino un espacio negro en el centro, donde lógicamente había esperado encontrar la figura de Lahiri Mahasaya. El fenómeno fue ampliamente debatido.
Cierto estudiante y experto fotógrafo, Ganga Dhar Babu, se jactó de que a él no se le escaparía la huidiza imagen. A la mañana siguiente, mientras el gurú estaba sentado en la postura de loto en un banquito de madera con una cortina detrás, Ganga Dhar Babu llegó con su equipo. Tomando todas las precauciones para tener éxito, expuso con avidez doce placas. En todas ellas encontró rápidamente impresiones del banquito de madera y la cortina, pero una vez más la silueta del maestro había desaparecido.
Con lágrimas y el orgullo destrozado, Ganga Dhar Babu fue en busca de su gurú. Pasaron muchas horas antes de que Lahiri Mahasaya rompiera su silencio con un comentario significativo:
“Soy Espíritu. ¿Puede tu cámara reflejar el omnipresente Invisible?”.
“¡Veo que no! Pero, Sagrado Señor, deseo tiernamente una fotografía del templo corporal donde, para mi estrecha visión, parece morar totalmente ese Espíritu”.
“Entonces ven mañana por la mañana. Posaré para ti”.
El fotógrafo enfocó su cámara. Esta vez la sagrada figura, no encubierta por la misteriosa imperceptibilidad, era nítida en la placa. El maestro no volvió a posar para otro retrato; al menos yo no he visto ninguno.
La fotografía se reproduce en este libro. Las facciones universales de Lahiri Mahasaya difícilmente revelan a qué raza pertenecía. Su inmensa dicha en la comunión con Dios se manifiesta ligeramente en su, un tanto enigmática, sonrisa. Sus ojos, medio abiertos para indicar una simbólica dirección hacia el mundo exterior, están también medio cerrados. Totalmente ajeno a los encantos terrenales, era consciente en todo momento de los problemas espirituales de quienes se le acercaban buscando su espléndida generosidad.