Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
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Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui, escrita por Paramhansa Yogananda.
Este libro es un clásico espiritual que ha transformado la vida de miles de personas, incluyendo personajes como Steve Jobs y George Harrison.
Las joyas de sabiduría que nos ofrece Yogananda en su libro nos ayudan a expandir nuestra consciencia hacia el Gozo y la Dicha Divina. Tocando temas como la relación Gurú-discípulo; karma y reencarnación; mundos físico, astral y causal; milagros y poderes sobrehumanos; técnicas científicas para la comunión con Dios; la relación entre Hinduismo y Cristianismo; la vida de los santos; etc., esta Autobiografía resulta una enciclopedia absoluta del Yoga y la espiritualidad esencial para todo buscador de la verdad.
Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
Capítulo 6 - El Swami de los Tigres
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¿Cómo dominar el cuerpo con el poder de la mente?
¿Cómo vencer la ignorancia y las pasiones mundanas?
¿Cómo es la transición a una vida espiritual?
En este episodio exploraremos estos temas mientras Yogananda relata la historia del Swami de los Tigres, un santo que en su vida premonástica luchaba con Tigres usando solo sus puños.
Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui de Paramhansa Yogananda. Capítulo 6: El Swami de los Tigres.
00:00 - Introducción
00:11 - Lectura
23:02 - Comentarios
23:08 - El poder de la mente sobre el cuerpo
29:15 - Cómo vencer la ignorancia y las pasiones
35:09 - La transición hacia la vida espiritual
39:12 - Blooper
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Hola querido amigo, querida amiga.
Bienvenidos a este episodio número nueve de "Autobiografía de un Yogui: Lectura y Comentarios".
El día de hoy vamos a leer el capítulo número seis:
El Swami de los Tigres.
“He descubierto la dirección del Swami de los Tigres. Vayamos a visitarle mañana”.
Esta sugerencia, recibida con alegría, procedía de Chandi, uno de los amigos de la escuela secundaria. Yo estaba impaciente por conocer al santo que, en su vida premonástica, se había enfrentado y vencido a tigres con las manos desnudas. Interiormente sentía un tremendo entusiasmo juvenil ante hazañas tan extraordinarias.
El día siguiente amaneció con un frío invernal, pero Chandi y yo salimos alegremente. Tras mucho buscar en vano por Bhowanipur, en las afueras de Calcuta, llegamos a la casa correcta. La puerta tenía dos campanas de hierro, que hice sonar penetrantemente. A pesar del estruendo, un sirviente se acercó caminando sin prisa. Su irónica sonrisa daba a entender que los visitantes, por mucho ruido que hicieran, no podían perturbar la tranquilidad del hogar de un santo.
Comprendiendo la silenciosa reprimenda, mi compañero y yo dimos las gracias cuando se nos invitó a entrar en la sala. Nuestra larga espera nos produjo un incómodo recelo. En la India la ley no escrita del buscador sincero es la paciencia; un maestro puede probar a propósito el ansia que uno tiene de conocerle. ¡Este ardid psicológico es empleado generosamente en Occidente por médicos y dentistas!
Llamados finalmente por el sirviente, Chandi y yo entramos en un dormitorio. El famoso Swami Sohong estaba sentado en la cama.
[Sohong era su nombre monástico. Popularmente era conocido como el “Swami de los Tigres”.]
El aspecto de su tremendo cuerpo nos afectó de una forma extraña. Con los ojos abiertos de par en par nos quedamos de pie sin habla. No habíamos visto nunca un pecho así o unos bíceps como balones de fútbol. Sobre su inmenso cuello, el fiero pero tranquilo rostro del swami estaba adornado de flotantes mechones, barba y bigote. Indicios de las cualidades del tigre y la paloma brillaban en sus oscuros ojos. Estaba desnudo, sólo llevaba una piel de tigre alrededor de su musculosa cintura.
Recuperando el habla, mi amigo y yo saludamos al monje, expresándole nuestra admiración por su valor en el insólito ruedo felino.
“Por favor, ¿podría contarnos cómo es posible someter sin la protección adecuada a la bestia más feroz de la jungla, el magnífico tigre de bengala?”.
“Hijos míos, para mí luchar con tigres no es nada. Podría hacerlo hoy si fuera necesario”. Se rió de forma infantil. “Vosotros véis a los tigres como tigres; yo sé que son gatitos”.
“Swamiji, creo que podría imprimir en mi subconsciente la idea de que los tigres son gatitos, pero ¿los tigres lo creerían?”.
“¡Por supuesto también se necesita fuerza! ¡No se puede esperar la victoria de un niño que imagina que un tigre es un gato doméstico! Unas manos poderosas eran suficiente arma para mí”.
Nos pidió que le siguiéramos al patio, donde dio un golpe en una esquina de la pared. Un ladrillo se estrelló contra el suelo; el cielo se veía abiertamente a través del gran diente perdido de la pared. Quedé realmente asombrado; ¡quien podía arrancar un ladrillo de una sólida pared de un solo golpe, sin duda era capaz de desplazar los dientes de los tigres!
“Algunos hombres tienen tanta fuerza física como yo, pero carecen de una serena confianza en sí mismos. Quienes son físicamente fuertes pero no lo son mentalmente, pueden desmayarse a la simple vista de una bestia salvaje que salta libremente por la jungla. ¡El tigre en su hábitat y con su ferocidad natural es totalmente distinto del animal de circo drogado con opio!
“Muchos hombres de fuerza hercúlea se han sentido sin embargo atemorizados hasta un grado de absoluta impotencia ante el ataque de un bengala real. En este caso el tigre llevó al hombre, mentalmente, a un estado tan débil como el de un gatito. A un hombre que posea auténtica fuerza física y una determinación enormemente fuerte, le es posible volver las tornas respecto al tigre y obligarle a convencerse de que es un gatito indefenso. ¡Con cuánta frecuencia hice justamente eso!”.
Yo estaba totalmente dispuesto a creer en la capacidad de aquel titán para realizar la metamorfosis tigre-gatito. Parecía estar en vena didáctica; Chandi y yo escuchábamos respetuosamente.
“La mente es quien maneja los músculos. La fuerza de un martillazo depende de la energía aplicada; el poder que manifiesta el instrumento corporal del hombre depende de lo enérgico de su voluntad y valor. El cuerpo es literalmente creado y sostenido por la mente. La fuerza y la debilidad se filtran en la conciencia humana debido a la presión de los instintos de vidas pasadas. Y se manifiestan como hábitos, que a su vez se osifican en un cuerpo adecuado o inadecuado. La flaqueza externa tiene un origen mental; en un círculo vicioso, el hábito ligado al cuerpo coarta a la mente. Si el amo permite que el criado le de órdenes, este último se convertirá en un autócrata; del mismo modo la mente es esclavizada por someterse a los dictados del cuerpo”.
Ante nuestro ruego, el impresionante swami consintió en contarnos algo de su vida.
“Mi primera ambición fue luchar contra tigres. Mi voluntad era poderosa, pero mi cuerpo era débil”.
Salió de mí una exclamación de sorpresa. Parecía increíble que ese hombre, actualmente “con unas espaldas de Atlante, adecuadas para un oso” conociera alguna vez la debilidad.
“Perseverando de una forma indomable en los pensamientos de salud y fuerza superé el obstáculo. Tengo razones para exaltar el fascinante vigor mental de los magníficos tigres de bengala, que es lo que sojuzga al enemigo”.
“Reverendo swami, ¿cree usted que yo podría luchar contra tigres?”. ¡Ésta fue la primera, y última, vez que tan estrafalaria ambición pasó por mi mente!”.
“Sí”. Sonrió. “Pero hay muchas clases de tigres; algunos vagan por las junglas de los deseos humanos. No se obtiene ningún beneficio espiritual por golpear a bestias sin conciencia. Debes preferir salir vencedor de los merodeadores interiores”.
“Señor, ¿podemos oír cómo se transformó de domador de tigres salvajes en domador de pasiones salvajes?”.
El Swami de los Tigres guardó silencio. Sus ojos miraban a la lejanía, convocando visiones de tiempos pasados. Me di cuenta de la pequeña lucha mental que estaba manteniendo para decidir si accedía a mi petición.
“Cuando mi fama alcanzó su cenit, trajo consigo la embriaguez del orgullo. Decidí no sólo luchar con tigres sino exhibirme en diversos números. Mi ambición era forzar a las bestias salvajes a comportarse como domésticas. Comencé a realizar mis proezas en público con éxito muy satisfactorio.
“Una tarde mi padre entró en mi habitación pensativo.
“‘Hijo, tengo que hacerte una advertencia. Quisiera salvarte de males venideros, producidos por las ruedas inexorables de causa y efecto’.
“‘¿Eres un fatalista, padre? ¿Vamos a permitir que la superstición enturbie las poderosas aguas de mis actividades?’.
“‘No soy fatalista, hijo. Pero creo en la justa ley de la retribución, tal como la enseñan las escrituras sagradas. En la familia de la jungla existe resentimiento contra ti; en algún momento puedes sufrir las consecuencias’.
“‘Padre, ¡me sorprendes! Sabes muy bien cómo son los tigres, ¡bellos pero despiadados! Incluso inmediatamente después de una copiosa comida a base de desventuradas criaturas, un tigre se enciende de codicia fresca a la vista de una nueva presa. Puede ser una alegre gacela, que salta por los pastos de la jungla. Capturándola y abriendo un orificio en la tierna garganta, la malévola bestia saborea sólo un poco de la sangre que grita mudamente y sigue su displicente camino.
“‘¡Los tigres son la estirpe más despreciable de la jungla! ¿Quién sabe? Quizá mis golpes infundan una ligera sensatez en sus anchas cabezas. Yo soy el director de una “escuela para señoritas” del bosque, ¡donde enseño buenos modales!
“‘Por favor, padre, piensa en mí como un domador de tigres, no como en un asesino de tigres. ¿Cómo podrían mis buenas acciones acarrearme mal alguno? Te suplico que no me impongas ninguna orden que cambie mi forma de vivir”.
Chandi y yo seguíamos su exposición del dilema pasado con los cinco sentidos. En la India un hijo no desobedece ni siquiera levemente los deseos de sus padres.
“Mi padre escuchó mi explicación en un silencio estoico. La siguió de una revelación que pronunció con gravedad.
“‘Hijo, me obligas a desvelarte una siniestra predicción salida de los labios de un santo. Se me acercó ayer cuando estaba sentado en la veranda durante mi meditación diaria.
““Querido amigo, traigo un mensaje para tu beligerante hijo. Tiene que dejar sus violentas actividades. En caso contrario, en su próximo encuentro con un tigre resultará gravemente herido, le seguirán seis meses de enfermedad entre la vida y la muerte. Después renunciará a su anterior forma de vida y se convertirá en monje””.
“Esta historia no me impresionó. Consideraba que mi padre había sido víctima de un iluso fanático”.
El Swami de los Tigres hizo esta confesión con un gesto de impaciencia, como si se tratara de alguna tontería. Guardando un grave silencio durante bastante tiempo, parecía haberse olvidado de nuestra presencia. Cuando retomó el hilo de su relato pendiente, lo hizo repentinamente, con voz tranquila.
“No había pasado mucho tiempo desde la advertencia de mi padre, cuando visité la capital de Cooch Behar. El pintoresco territorio era nuevo para mí y esperaba que el cambio me proporcionara un descanso. Como sucedía en todas partes, una curiosa multitud me seguía por las calles. Podía captar trozos de comentarios hechos en voz baja:
“‘Éste es el hombre que lucha con tigres salvajes’.
“‘¿Tiene piernas o troncos de árbol?’.
“‘¡Mira su cara! ¡Él mismo debe ser una reencarnación del rey de los tigres!’.
“¡Sabéis que los pilluelos de los pueblos funcionan como la última edición de un periódico! ¡Con qué rapidez circula de casa en casa el último boletín informativo de las mujeres! En pocas horas mi presencia puso a toda la ciudad en un estado de excitación.
“Por la tarde me encontraba descansando tranquilamente cuando oí ruido de cascos de caballos al galope. Se detuvieron frente al lugar donde me alojaba. Varios policías altos, con turbante, entraron en él.
“Estaba sorprendido. ‘De estos títeres de la ley humana puede esperarse cualquier cosa’, pensé. ‘Me pregunto si vendrán a reclutarme para encargarme de asuntos totalmente desconocidos para mí’. Pero los oficiales se inclinaron con una cortesía inusitada.
“‘Honorable señor, hemos sido enviados para darle la bienvenida en nombre del príncipe de Cooch Behar. Le complace invitarle a su palacio mañana por la mañana’.
“Consideré la proposición durante un momento. Por alguna oscura razón lamentaba vivamente esta interrupción en mi tranquilo viaje. Pero la actitud suplicante de los policías me conmovió; acepté ir.
“Al día siguiente quedé perplejo al ser acompañado obsequiosamente desde la puerta a un magnífico coche tirado por cuatro caballos. Un criado con una adornada sombrilla me protegía del abrasador sol. Disfruté del agradable paseo por la ciudad y los bosques circundantes. El mismo vástago real estaba a la puerta del palacio para recibirme. Me ofreció su propio asiento, repujado en oro, mientras él, sonriendo, se sentaba en una silla más simple.
“‘¡Sin duda todas estas amabilidades van a costarme caras!’ pensé con asombro creciente. Las intenciones del príncipe afloraron tras algunos comentarios informales.
“‘Por mi ciudad corre el rumor de que puede usted luchar con tigres salvajes sin otra cosa que sus manos desnudas. ¿Es así?’.
“‘Es absolutamente cierto’”.
“‘¡Me cuesta creerlo! Es usted un bengalí de Calcuta, alimentado con el arroz blanco de la gente de ciudad. Sea franco, por favor; ¿no lucha usted con animales débiles, drogados con opio?’. Hablaba en voz alta y sarcástica, teñida de acento provinciano.
“No me digné responder a su insultante pregunta.
“‘Le reto a luchar con un tigre recién capturado, Raja Begum.
[“Príncipe Princesa”, llamado así porque esta bestia poseía la ferocidad combinada de un tigre y una tigresa.]
¡Si puede resistirle con éxito, encadenarle y dejar la jaula en estado consciente, este magnífico tigre de bengala será suyo! Se le ofrecerán varios miles de rupias y muchos otros regalos. ¡Si rehúsa enfrentarse a él en combate, pregonaré su nombre por todo el estado como el de un impostor!’.
“Sus insolentes palabras me hirieron como una descarga de metralla. Lancé una airada aceptación. Casi levantado de la silla por la excitación, el príncipe se arrellanó con una sonrisa sádica. Me hizo recordar a los emperadores romanos, que se regocijaban arrojando cristianos a las brutales arenas.
“‘El encuentro se fijará de aquí a una semana. Siento no poder darle permiso para ver al tigre antes’.
“¡Si el príncipe temía que pudiera tratar de hipnotizar a la bestia o darle opio en secreto, no lo sé!
“Dejé el palacio, notando divertido que la sombrilla real y el coche con panoplias habían desaparecido.
“Durante la semana que siguió preparé el cuerpo y la mente para la terrible experiencia venidera. Tuve noticia de historias fantásticas a través de mi sirviente. No sé cómo, la funesta predicción que el santo hizo a mi padre se había propagado, aumentando al extenderse. Muchos aldeanos simples creían que un espíritu maligno, maldito por los dioses, se había reencarnado como un tigre que adoptaba distintas formas demoníacas durante la noche, pero que volvía a ser un animal desnudo durante el día. Se suponía que este tigre-demonio había sido enviado para humillarme.
“Otra versión fantástica era que las oraciones dirigidas por los animales al cielo de los tigres había obtenido respuesta en la forma de Raja Begum. ¡Él iba a ser el instrumento para castigarme, a mí, el osado bípedo, que insultaba así a todas las especies de tigres! ¡Un atrevido hombre sin colmillos queriendo retar a un robusto tigre provisto de garras! Todo el veneno concentrado de los humillados tigres, declaraban los aldeanos, había reunido el ímpetu suficiente para poner en acción leyes secretas y ocasionar la caída del domador del orgullo de los tigres.
“Además mi sirviente me informó de que el príncipe estaba en su elemento como encargado del combate entre la bestia y yo. Había supervisado el montaje de un pabellón a prueba de tormentas, diseñado para acomodar a miles de personas. En el centro estaba Raja Begum en una enorme jaula de hierro, rodeado por otro recinto de seguridad. El cautivo emitía sin cesar unos rugidos que helaban la sangre. Se le alimentaba frugalmente, para despertarle un apetito desenfrenado. ¡Quizá el príncipe esperaba darle como premio a mí mismo por comida!
“Multitud de personas de la ciudad y los suburbios compraban ansiosamente las entradas en respuesta al anuncio a bombo y platillo de esta contienda extraordinaria. El día del duelo cientos de personas tuvieron que darse la vuelta por falta de asiento. Muchos hombres abrieron agujeros en la carpa o abarrotaron los espacios bajo las tribunas”.
A medida que la historia del Swami de los Tigres se acercaba al clímax, mi emoción iba en aumento; también Chandi estaba absorto y mudo.
“Hice mi aparición tranquilamente entre las penetrantes explosiones sonoras de Raja Begum y la algarabía de la multitud un tanto aterrorizada, llevando por toda vestimenta una ropa ligera alrededor de la cintura. Abrí el cerrojo de la puerta del recinto de seguridad y lo cerré con calma tras de mí. El tigre olió la sangre. Saltando con un atronador choque contra los barrotes de su jaula, lanzó una espantosa bienvenida. Se hizo un silencio de miedo lastimero entre el público; yo parecía un manso cordero ante la enfurecida bestia.
“Entré en la jaula en un abrir y cerrar de ojos; pero mientras cerraba la puerta de golpe, Raja Begum se precipitó sobre mí. Mi mano derecha quedó atrozmente desgarrada. La sangre humana, el mayor placer de un tigre, caía en espantosos chorros. Parecía que la profecía del santo iba a cumplirse.
“Me recuperé instantáneamente de la conmoción que me produjo la primera herida grave que había sufrido jamás. Aparté de la vista mis dedos sangrientos ocultándolos bajo la ropa e hice girar mi brazo izquierdo descargando un golpe como de martillo óseo. La bestia se tambaleó hacia atrás, dio unas vueltas al final de la jaula y saltó hacia delante convulsivamente. Mis famosos puñetazos llovieron sobre su cabeza.
“Pero el olor de la sangre había actuado sobre Raja Begum enloqueciéndolo como el primer sorbo de vino a un dipsómano que se ha visto privado de él durante mucho tiempo. Interrumpidos repetidamente por ensordecedores rugidos, los asaltos del animal crecieron en furia. Mi insuficiente defensa de una sola mano me hacía vulnerable a las garras y colmillos. Pero repartía el castigo merecido, aturdiéndolo. Mutuamente ensangrentados, luchábamos a muerte. La jaula era un pandemonio, la sangre salpicaba en todas direcciones y de la bestial garganta salían estallidos de dolor y mortífera codicia.
“‘¡Disparadle!’. ‘¡Matad al tigre!’. Se elevaban los gritos del público. El hombre y la bestia se movían con tal rapidez que los disparos de un centinela no eran oportunos. Reuní toda mi fuerza de voluntad, lancé un tremendo grito y descargué un último y violentísimo golpe. El tigre se desplomó y quedó tendido en el suelo sin ruido.
“¡Como un gatito!”, agregué.
El swami se rió con cordial agradecimiento, después continuó la absorbente historia.
“Finalmente Raja Begum fue derrotado. Había sido humillado su orgullo real: con las manos laceradas, abrí audazmente sus fauces a la fuerza. Durante un dramático instante mantuve la cabeza dentro del enorme y peligroso lugar. Busqué una cadena. Cogiendo una de una pila amontonada en el suelo, até al tigre por el cuello a los barrotes de la jaula. Me dirigí triunfalmente a la puerta.
“Pero aquel diablo encarnado, Raja Begum, tenía una resistencia digna de su supuesto origen demoníaco. Con una arremetida increíble partió la cadena y saltó sobre mi espalda. Con el hombro firmemente asido por sus fauces, caí violentamente. Pero en un santiamén lo tuve debajo de mí. Bajo mis golpes implacables el traicionero animal quedó semi inconsciente. En ese momento lo aseguré con más cuidado. Abandoné la jaula despacio.
“Me encontré en medio de un nuevo tumulto, pero esta vez era de regocijo. La alegría del público estalló como si saliera de una única y gigantesca garganta. Terriblemente herido, había cumplido las tres condiciones del combate, dejar al tigre sin sentido, sujetarlo con una cadena y abandonarlo por mi propio pie. ¡Además había herido y amedrentado tan drásticamente a la bestia, que tuvo que conformarse con dejar pasar el oportuno trofeo de mi cabeza por su boca!
“Una vez tratadas mis heridas, se me rindieron honores y se me colocaron guirnaldas; cientos de monedas de oro llovieron a mis pies. Toda la ciudad se puso de fiesta. En todas las esquinas se oían conversaciones acerca de mi victoria sobre uno de los más grandes y salvajes tigres jamás visto. Como se me había prometido, se me entregó a Raja Begum, pero yo no sentí ningún entusiasmo. En mi corazón se había producido un cambio espiritual. Parecía que con mi salida final de la jaula también se había cerrado la puerta de mis ambiciones mundanas.
“Siguió un angustioso periodo. Durante seis meses estuve al borde de la muerte a consecuencia del envenenamiento de la sangre. Tan pronto como estuve lo suficientemente bien como para dejar Cooch Behar, regresé a mi ciudad natal.
“‘Ahora sé que mi maestro es el santo que me hizo esa sabia advertencia’, confesé humildemente a mi padre. ‘¡Ah, si pudiéramos encontrarle!’ Mi anhelo era sincero, pues un día el santo llegó sin previo aviso.
“‘Se acabó domar tigres’. Hablaba con tranquila seguridad. ‘Ven conmigo; te enseñaré a someter a las bestias de la ignorancia que rugen en las junglas de la mente humana. Estás acostumbrado al público: ¡deja que éste sea una pléyade de ángeles, entretenidos con tu apasionante dominio del yoga!’.
“Fui iniciado en el sendero espiritual por mi santo gurú. Él abrió las puertas de mi alma, oxidadas y endurecidas por el largo desuso. De la mano, pronto partimos para mi aprendizaje en el Himalaya”.
Chandi y yo nos inclinamos a los pies del swami, agradecidos por su vívido esbozo de una vida verdaderamente ciclónica. ¡Me sentí ampliamente compensado de la larga espera a la que nos sometió en la fría sala!