Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios

Capítulo 12 - Los años en la Ermita de mi Maestro - Parte I

August 06, 2023 Aarón Reséndiz Episode 16
Capítulo 12 - Los años en la Ermita de mi Maestro - Parte I
Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
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Capítulo 12 - Los años en la Ermita de mi Maestro - Parte I
Aug 06, 2023 Episode 16
Aarón Reséndiz

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Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui de Paramhansa Yogananda.
Capítulo 12 – Los años en la Ermita de mi Maestro

En este capítulo de "Autobiografía de un Yogui", Yogananda llega a la ermita de Sri Yukteswar y humildemente se somete a su guía. Yogananda hace una solicitud solemne para que Sri Yukteswar le revele a Dios, lo cual, después de una larga disputa verbal, el gurú acepta. Yogananda comienza a aprender valiosas lecciones espirituales bajo la guía de su maestro.

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Capítulo 12 – Los años en la Ermita de mi Maestro

En este capítulo de "Autobiografía de un Yogui", Yogananda llega a la ermita de Sri Yukteswar y humildemente se somete a su guía. Yogananda hace una solicitud solemne para que Sri Yukteswar le revele a Dios, lo cual, después de una larga disputa verbal, el gurú acepta. Yogananda comienza a aprender valiosas lecciones espirituales bajo la guía de su maestro.

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Hola querido amigo, querida amiga. Bienvenidos a este episodio número 16 de "Autobiografía de un Yogui: Lectura y Comentarios".

El día de hoy vamos a leer el capítulo 12, "Los años en la Hermita de mi Maestro".

“Has venido”. Sri Yukteswar me recibió desde una piel de tigre en el suelo de una sala con balcón. Su voz era fría, su actitud impasible.

“Sí, querido Maestro, estoy aquí para seguirle”. Arrodillándome, toqué sus pies.

“¿Cómo puede ser eso? ¡Haces caso omiso de mis deseos!”.

“¡Nunca más, Guruji! ¡Sus deseos serán mi ley!”.

“¡Eso está mejor! Ahora puedo asumir la responsabilidad de tu vida”.

“Le traspaso la carga gustosamente, Maestro”.

“Entonces mi primera petición es que vuelvas a casa con tu familia. Quiero que ingreses en un Instituto de Enseñanza Superior en Calcuta. Tu educación debe continuar”.

“Muy bien, señor”. Oculté mi consternación. ¿Los importunos libros iban a perseguirme a través de los años? ¡Primero mi padre y ahora Sri Yukteswar!

“Algún día irás a Occidente. Su gente prestará oídos con más receptividad a la antigua sabiduría de la India si el profesor hindú extranjero tiene un título universitario”.

“Usted sabe lo que es mejor, Guruji”. Mi tristeza se disipó. La referencia a Occidente me pareció desconcertante, remota; pero la oportunidad de complacer al Maestro obedeciéndole era absolutamente inmediata.

“Estarás cerca, en Calcuta; ven cuando tengas tiempo”.

“¡Todos los días si es posible, Maestro! Acepto agradecido su autoridad en todos los detalles de mi vida, con una condición”.

“¿Sí?”.

“¡Que me prometa revelarme a Dios!”.

Siguió una hora de lucha verbal. La palabra de un maestro no puede falsearse; no se da con facilidad. El compromiso que implica se abre a vastos panoramas metafísicos. Realmente un gurú debe tener una profunda relación con el Creador antes de que pueda ¡obligarle a aparecer! Yo sentía la unidad divina de Sri Yukteswar y estaba decidido, como discípulo suyo, a exigir mi ventaja.

“¡Eres de temperamento exigente!”. Finalmente el consentimiento del Maestro sonó compasivo:

“Que tu deseo sea mi deseo”.

De mi corazón desapareció una sombra de toda la vida; la vaga búsqueda, aquí y allá, había terminado. En mi gurú había encontrado refugio eterno.

“Ven, te enseñaré la ermita”. El Maestro se levantó de su alfombra de tigre. Miré a mi alrededor; mi vista cayó con asombro sobre un fotografía que había en la pared, adornada con ramas de jazmín.

“¡Lahiri Mahasaya!”.

“Sí, mi divino gurú”. El tono de Sri Yukteswar vibraba con reverencia. “Fue más grande, como hombre y como yogui, que ningún otro maestro cuya vida haya estado al alcance de mis investigaciones”.

Me incliné silenciosamente ante el familiar retrato. Rápido homenaje de mi alma al incomparable maestro que, bendiciéndome en la infancia, había guiado mis pasos hasta aquí.

Conducido por mi gurú paseé por la casa y sus terrenos. Grande, antigua y bien construída, la ermita rodeaba un patio de sólidas columnas. Los muros exteriores estaban cubiertos de musgo; las palomas aleteaban sobre el plano tejado gris, compartiendo sin ceremonias las dependencias del ashram. En la parte de atrás había un agradable jardín con jackfruit, mangos y plataneros. Los corredores de balaustres de las habitaciones superiores del edificio de dos pisos, daban al patio por tres de sus lados. Una espaciosa sala del piso de abajo, con un alto techo soportado por columnas, era usada, según dijo el Maestro, principalmente para las fiestas anuales de Durgapuja1. Una estrecha escalera conducía a la sala de Sri Yukteswar, cuyo pequeño balcón daba sobre la calle. El ashram estaba amueblado con sencillez; todo era simple, limpio y utilitario. Se veían algunas sillas, bancos y mesas de estilo occidental.

El Maestro me invitó a quedarme a pasar la noche. Dos jóvenes discípulos que estaban recibiendo preparación en la ermita sirvieron una cena de curry de vegetales.

“Guruji, por favor, cuénteme algo sobre su vida”. Yo ocupaba una esterilla de paja cerca de su piel de tigre. Las amistosas estrellas parecían muy cercanas más allá del balcón.

“Mi nombre de familia era Priya Nath Karar. Nací2 aquí, en Serampore, donde mi padre era un rico hombre de negocios. Me dejó esta mansión ancestral, ahora mi ermita. Mis estudios formales fueron escasos; los encontraba lentos y superficiales. Al comienzo de la edad adulta asumí las responsabilidades de un hombre de familia y tengo una hija, ya casada. La parte media de mi vida estuvo bendecida por la guía de Lahiri Mahasaya. Después de la muerte de mi esposa ingresé en la Orden de los Swamis y recibí el nuevo nombre de Sri Yukteswar Giri3. Tales son mis sencillos anales”.

El Maestro sonrió ante la impaciencia de mi rostro. Como todos los bosquejos biográficos, sus palabras habían ofrecido hechos externos sin revelar al hombre interior.

“Guruji, me gustaría oír alguna historia de su niñez”.

Yukteswar “Te contaré algunas, ¡cada una con su moraleja!”. Los ojos de Sri Yukteswar centellearon con su advertencia. “En una ocasión mi madre trató de asustarme con una espantosa historia de un espíritu en un cuarto oscuro. Fui allí inmediatamente y expresé mi decepción al no aparecer el espíritu. Mi madre no volvió a contarme historias de terror. Moraleja: Mira al miedo a la cara y dejará de molestarte.

“Otro recuerdo temprano es mi deseo de un feo perro que pertenecía a un vecino. Tuve a toda la familia trastornada durante semanas por conseguir aquel perro. Mis oídos eran sordos a los ofrecimientos de otros animales de compañía de apariencia más agradable. Moraleja: El apego es ciego; presta un imaginario halo de atractivo al objeto deseado.

“Una tercera historia se refiere a la plasticidad de la mente juvenil. Oía a mi madre observar de vez en cuando: ‘Un hombre que acepta trabajar bajo otro es un esclavo’. Esa impresión se fijó en mí de forma tan indeleble, que incluso después de casarme rechacé cualquier puesto de trabajo. Hice frente a los gastos invirtiendo la dote de mi familia en terreno. Moraleja: Los sensibles oídos de los niños deberían formarse con sugerencias buenas y positivas. Sus ideas tempranas quedan fuertemente grabadas”.

El Maestro guardó un tranquilo silencio. Alrededor de medianoche me condujo a un estrecho catre. El sueño fue profundo y dulce aquella primera noche bajo el techo de mi gurú.

Sri Yukteswar eligió la mañana siguiente para concederme su iniciación en Kriya Yoga. Yo ya había recibido la técnica de dos discípulos de Lahiri Mahasaya, mi padre y mi profesor Swami Kebalananda, pero en presencia del Maestro sentí un poder transformador. Al darme su toque, una gran luz estalló en mi ser, como la gloria de infinidad de soles brillando juntos. Durante todo el día un torrente de inefable gozo inundó mi corazón hasta su centro más recóndito. Sólo a última hora de la tarde conseguí reunir fuerzas para dejar la ermita.

“Volverás dentro de treinta días”. Cuando llegué a mi casa en Calcuta, el cumplimiento de la predicción del Maestro entró conmigo. Ninguno de mis familiares hizo la observación que yo había temido sobre la reaparición del “pájaro que remonta el vuelo”.

Trepé a mi pequeño ático y le ofrecí miradas cariñosas, como a una presencia viva. “Tú has sido testigo de mis meditaciones y de las lágrimas y tormentas de mi sadhana. Ahora he llegado al puerto de mi maestro divino”.

“Hijo, me siento feliz por los dos”. Mi padre y yo nos sentamos juntos en la calma de la noche. “Has encontrado a tu gurú, del mismo modo milagroso que yo encontré una vez al mío. La mano sagrada de Lahiri Mahasaya está protegiendo nuestras vidas. Tu maestro ha resultado ser, no un inaccesible santo del Himalaya, sino uno que está muy cerca de aquí. Mis oraciones han sido escuchadas: en tu búsqueda de Dios no has sido llevado fuera de mi vista para siempre”.

Mi padre también estaba contento de que reanudara mis estudios formales; hizo los arreglos necesarios. Al día siguiente ingresé en el Colegio de la Iglesia Escocesa de Calcuta.

Pasaron meses felices. Mis lectores habrán hecho sin duda la perspicaz suposición de que se me veía poco por las aulas del colegio. La ermita de Serampore ejercía una atracción demasiado irresistible. Mi Maestro aceptó mi ubicua presencia sin comentarios. Para mi alivio, apenas se refería a las aulas. Aunque era evidente para todos que yo jamás tendría madera de erudito, me las arreglé para conseguir las notas mínimas que me permitieran pasar de grado a su debido tiempo.

En el ashram la vida diaria fluía suavemente, sin apenas cambios. Mi gurú se despertaba antes del amanecer. Echado o a veces sentado en la cama, entraba en el estado de samadhi4. Era la simplicidad misma darse cuenta de cuándo se había despertado el Maestro: Detención brusca de estupendos ronquidos5. Una o dos señales; quizá un movimiento corporal. Después el silencioso estado sin respiración: estaba en el profundo gozo yóguico.

El desayuno no se tomaba a continuación; antes venía un largo paseo por el Ganges. ¡Qué reales y vívidos todavía aquellos paseos matutinos con mi gurú! Gracias a la fácil resurrección de la memoria, con frecuencia me encuentro a su lado: el primer sol calienta el río. Suena su voz, enriquecida por la autenticidad de la sabiduría.

Un baño; después la comida del mediodía. Su preparación, según las directrices diarias del Maestro, era la cuidadosa tarea de los discípulos jóvenes. Mi gurú era vegetariano. No obstante, antes de ingresar en el monacato tomaba huevos y pescado. Su consejo a los estudiantes era que siguieran una dieta sencilla adecuada a la constitución de cada uno.

El Maestro comía poco; a menudo arroz coloreado con cúrcuma o zumo de remolacha o espinacas ligeramente rociado con ghee de búfalo o mantequilla fundida. En otras ocasiones podía tomar dhal de lentejas o curry de channa6 con verduras. De postre mangos o naranjas con pudín de arroz o zumo de jackfruit).

Los visitantes venían por la tarde. Una tormenta regular descargada por el mundo en la tranquilidad de la ermita. Todos encontraban en el Maestro la misma cortesía y amabilidad. Para un hombre que se comprende a sí mismo como alma, no como un cuerpo o un ego, el resto de la humanidad asume una sorprendente similitud de aspecto.

La imparcialidad de los santos tiene sus raíces en la sabiduría. Los Maestros han escapado de maya; sus alternos rostros de inteligencia o idiotez ya no proyectan una mirada que influya en ellos. Sri Yukteswar no mostraba especial consideración por quienes tenían poder o éxito; ni despreciaba a otros por su pobreza o analfabetismo. Escucharía respetuosamente las palabras veraces de un niño e ignoraría abiertamente a un vanidoso pundit.

La cena era a las ocho y a veces encontraba a visitas que todavía no se habían marchado. Mi gurú no se hubiera permitido comer solo; nadie se iba del ashram hambriento o insatisfecho. Sri Yukteswar no se sentía nunca perdido o consternado ante visitantes inesperados; bajo su iniciativa surgía un banquete con unos pocos alimentos. Pero economizaba; sus modestos fondos daban para mucho. “Vive cómodamente dentro de tus posibilidades”, decía a menudo. “Las extravagancias te crearán incomodidad”. Ya fuera en los detalles de entretenimiento en la ermita o en los trabajos de construcción y reparación de ésta o en otros asuntos prácticos, el Maestro ponía de manifiesto la originalidad del espíritu creativo.

Las tranquilas horas del anochecer con frecuencia traían uno de los discursos de mi gurú, tesoros que resisten el paso del tiempo. Sus palabras estaban medidas y talladas por la sabiduría. Una sublime seguridad en sí mismo marcaba su forma de expresión: era única. Hablaba como nadie que yo haya conocido. Sus pensamientos eran pesados en una delicada balanza de discernimiento antes de concederles un atuendo externo. La esencia de la verdad, penetrante incluso en el aspecto fisiológico, salía de él como una fragante emanación del alma. Yo era siempre consciente de estar en presencia de una manifestación viva de Dios. El peso de su divinidad inclinaba automáticamente mi cabeza ante él.

Si los invitados de última hora se daban cuenta de que Sri Yukteswar estaba absorbiéndose en el Infinito, rápidamente los hacía intervenir en la conversación. Era incapaz de sostener una pose o de alardear de su interiorización. Siempre uno con el Señor, no necesitaba un tiempo especial para la comunión. Un maestro autorrealizado ya ha dejado atrás el trampolín de la meditación. “Las flores caen cuando aparece el fruto”. Pero con frecuencia siguen fieles a las formas espirituales para estímulo de los discípulos.

Al acercarse la medianoche, mi gurú podía caer dormido con la naturalidad de un niño. No había grandes problemas con la cama. A menudo se acostaba, sin almohada siquiera, en un estrecho sofá cama que ocupaba el segundo lugar tras su habitual asiento de piel de tigre.

No eran raras las largas discusiones filosóficas nocturnas; cualquier discípulo podía provocarlas gracias a un vivo interés. Entonces yo no sentía el cansancio, ni el deseo de dormir; las palabras vivas del Maestro eran suficientes. “¡Oh, está amaneciendo! Vamos a pasear por el Ganges”. Así terminaron muchos de mis momentos de instrucción nocturna.

Mis primeros meses con Sri Yukteswar culminaron con una útil lección, “Cómo ser más listo que un Mosquito”. En casa mi familia usaba siempre mosquiteras por la noche. Yo estaba consternado al descubrir que en la ermita de Serampore esta prudente costumbre era honrada con el olvido. No obstante los insectos campaban allí por sus respetos; yo tenía picaduras de la cabeza a los pies. Mi gurú se apiadó de mí.

“Cómprate una mosquitera y compra también una para mí”. Se rió y añadió, “¡Si compras sólo una para ti todos los mosquitos se concentrarán en mí!”.

Lo hice más que agradecido. Cuando pasaba la noche en Serampore, a la hora de acostarse mi gurú me pedía que preparara las mosquiteras.

Una noche los mosquitos estaban especialmente virulentos. Pero el Maestro no dio las instrucciones habituales. Yo escuchaba nervioso el zumbido anticipador de los insectos. Al meterme en la cama lancé una oración propiciatoria en su dirección. Media hora más tarde tosí pretenciosamente para atraer la atención de mi gurú. Creí que me volvería loco con las picaduras y especialmente con el monótono zumbido con que los mosquitos celebraban sus ritos sedientos de sangre.

El Maestro no se movió; me acerqué a él con cuidado. No respiraba. Era la primera vez que le veía en el trance yóguico; me llenó de miedo.

“¡Ha debido fallarle el corazón!”. Le puse un espejo debajo de la nariz. No apareció el vaho de la respiración. Para cerciorarme doblemente, le tapé las fosas nasales con los dedos durante unos minutos. Su cuerpo estaba frío e inmóvil. Aturdido, me volví hacia la puerta para pedir ayuda.

“¡Vaya, un experimentador en ciernes! ¡Mi pobre nariz!”. La voz del maestro temblaba con la risa. “¿No te acuestas? ¿El mundo entero va a cambiar para ti? Cambia tú: quita de tu conciencia a los mosquitos”.

Me acosté dócilmente. Ningún insecto se aventuró a pasar cerca. Comprendí que mi gurú había consentido en principio con las mosquiteras sólo para complacerme; él no temía a los mosquitos. Su poder yóguico era tal que o bien podía conseguir que no le picaran o bien se evadía en una invulnerabilidad interna.

“Estaba haciéndome una demostración”, pensé. “Ése es el estado yóguico que yo debo esforzarme por conseguir”. Un yogui debe ser capaz de pasar al supersconsciente y permanecer en él, sin tener en cuenta las múltiples distracciones que nunca faltan en esta tierra. Ya sea en medio del zumbido de los insectos o en la penetrante luz deslumbradora del día, las señales de los sentidos deben ser bloqueadas. Entonces llegan luz y sonido, pero a mundos más bellos que el prohibido Edén7.

Los instructivos mosquitos sirvieron para otra lección temprana en el ashram. Era la dulce hora del atardecer. Mi gurú estaba explicando incomparablemente los textos antiguos. Yo experimentaba una perfecta paz a sus pies. Un grosero mosquito entró en el idilio compitiendo por mi atención. Al introducir su venenosa aguja hipodérmica en mi muslo, levanté automáticamente una mano vengadora. ¡Un indulto para la inminente ejecución! Recordé oportunamente uno de los aforismos de yoga de Patanjali, el de ahimsa (no-violencia).

“¿Por qué no rematas el trabajo?”.

“¡Maestro! ¿Aboga usted por quitar la vida?”.

“No, pero en tu mente ya has dado el golpe mortal”.

“No comprendo”.

“A lo que se refería Patanjali era a suprimir el deseo de matar”. Sri Yukteswar había leído mi proceso mental como un libro abierto. “Este mundo no está dispuesto de forma conveniente para la práctica literal de ahimsa. El ser humano puede verse obligado a exterminar a las criaturas dañinas. No tiene la misma obligación de sentir ira o animosidad. Todas las formas de vida tienen el mismo derecho al aire de maya. El santo que descubra el secreto de la creación estará en armonía con sus incontables y desconcertantes expresiones. Todo hombre puede acercarse a esa comprensión si domina su pasión interior por la destrucción”.

“Guruji, ¿debe uno ofrecerse en sacrificio antes que matar a una bestia salvaje?”.

“No, el cuerpo del hombre es precioso. Tiene el más alto valor evolutivo a causa de su cerebro y sus centros espinales únicos. Esto hace posible que el devoto avanzado comprenda totalmente y exprese los aspectos más elevados de la divinidad. Ninguna forma inferior está dotada así. Los Vedas enseñan que la pérdida gratuita de un cuerpo humano es una seria transgresión de la ley kármica”.

Suspiré aliviado; las escrituras no siempre refuerzan nuestros instintos naturales.

No llegué a ver nunca al Maestro cerca de un tigre o un leopardo. Pero en una ocasión una mortífera cobra se enfrentó a él, sólo para ser conquistada por el amor de mi gurú. Esta variedad de serpiente es muy temida en la India, donde causa más de cinco mil muertes al año. El peligroso encuentro tuvo lugar en Puri, donde Sri Yukteswar tenía su segunda ermita, encantadoramente situada cerca de la Bahía de Bengala. Prafulla, un joven discípulo de los últimos tiempos, se encontraba con el Maestro en esa ocasión.

“Estábamos sentados al aire libre cerca del ashram”, me contó Prafulla. “Una cobra apareció muy cerca, una longitud de más de un metro de puro terror. Mantenía su capucha desplegada con ira mientras se deslizaba rápidamente hacia nosotros. Mi gurú la recibió entre risas, como si se tratara de un niño. Yo estaba fuera de mí, consternado al ver que el maestro iniciaba un palmoteo rítmico8. ¡Estaba entreteniendo al espantoso visitante! Permanecí absolutamente quieto, recitando interiormente todas las fervientes oraciones que podía reunir. La serpiente, muy cerca de mi gurú, ahora estaba inmóvil, parecía magnetizada por su actitud acariciadora. La horrorosa capucha fue reduciéndose gradualmente; la serpiente se deslizó entre los pies del Maestro y desapareció en la maleza.

“Por qué había movido mi gurú las manos y por qué la cobra no le atacó, era inexplicable para mí entonces”, concluyó Prafulla. “Ahora he llegado a comprender que mi divino maestro está más allá del miedo a ser herido por ninguna criatura viviente”.


Bueno, vamos a dejar hasta aquí la lectura de este capítulo y la continuaremos en otro episodio. Vamos a regresar al inicio cuando dice: "Has venido" y Yogananda le responde: "Sí, querido maestro, estoy aquí para seguirte". ¿Cómo puede ser eso? Haces caso omiso de mis deseos. Nunca más, Guruji. Sus deseos serán mi ley. Eso está mejor. Ahora puedo asumir la responsabilidad de tu vida.

Este es un concepto muy interesante que nos da Yogananda, ¿verdad? Nos da la relación del discípulo y el gurú. Que el gurú se toma la responsabilidad del discípulo en todos los aspectos. A lo mejor puedes pensar que es como una exageración, de decir: "Bueno, alguien no me va a alimentar o no me va a dar ropa, etcétera". Pero todo es como una continuación o una expansión del centro que el gurú se toma, la responsabilidad y cuidado de tu vida desde el centro, y ese centro es tu alma, y en tu alma está también toda tu karma, no todas las semillas del karma pasado que has desarrollado. Toda la energía que tú has puesto en movimiento y que ha regresado hacia ti, son esas semillas de karma que están en tu alma, en tu espina dorsal astral.

Bueno, es el gurú que trabaja en ese nivel, no en el nivel astral, el nivel causal, el nivel de tu alma y de tu relación con Dios, con el espíritu. Y entonces, desde ese centro, obviamente que todo lo demás, todos los demás aspectos de tu vida, es que nacen. Entonces, cuando uno se pone a los pies de su gurú, cuando uno como Yogananda, le dice: "Le doy", cómo le responde él, dice: "Le traspaso la carga gustosamente, maestro". No, cuando traspasas la carga al maestro, entonces es que uno puede encontrar el camino correcto. Porque, pues, nos pasa a todos, yo creo, estoy seguro de que cuando estamos buscando, pues, nuestro camino, no, nuestro sendero por la vida para encontrar lo que deseamos, no lo que queremos, nos encontramos con precipicios, con calles sin final, con desastres o, como quiera, a lo mejor encontramos algo que nos gusta, pero ¿y luego? Y luego vemos que se termina repentinamente y el centro de todo es que realmente lo que deseamos es la paz, la felicidad, la calma, el gozo, la sabiduría, y vamos afuera a buscarlo en otras cosas. Pensamos que si tengo esta carrera voy a ser feliz, y tengo este carro voy a sentirme más poderoso, si tengo, pero en esencia no. Lo que está detrás de todos esos deseos es el deseo por la felicidad, el deseo por la paz, y es ahí donde va a trabajar el gurú. A decirnos: "Ok, te voy a decir cuál es la calle, cuál es el camino, cuál es el sendero que te va a llevar a esa dirección". Por eso es que es tan importante no, poder darle la responsabilidad al gurú y no significa que ya yo no voy a hacer nada, como que, "Ah, bueno, ten y yo pues ya me puedo relajar y pues qué padre", sino que uno tiene que hacer el esfuerzo. Pero el gurú le dice en qué, no, porque no lo sé. Por ejemplo, si yo voy a un gimnasio, no lo sé, y yo no sé nada de ejercicios físicos, nada, y a lo mejor me pongo a hacer ejercicios que no son buenos para mí porque a lo mejor yo tengo una lesión en la espalda y me voy a hacer más daño. Y es como que entregarle la responsabilidad al gurú, es decir, "No, él me va a decir, el instructor me va a decir qué ejercicios voy a hacer y yo, como quiera, tengo que hacerlos". Pero él me va a decir qué hacer. Vamos a seguir adelante.

Cuando Yogananda le dice: "Acepto agradecido su autoridad en todos los detalles de mi vida con una condición", sí, "que me prometa revelarme a Dios", si yo una hora de lucha verbal, la palabra de un maestro no puede falsearse, no se da con facilidad el compromiso que implica, se abren amplios panoramas metafísicos. Realmente un gurú debe tener una profunda relación con el creador antes de que pueda obligarle a aparecer. Yo sentía la unidad divina de Yogananda y estaba decidido como discípulo suyo a aprovechar mi ventaja. Eres de temperamento exigente. Finalmente, el consentimiento del maestro sonó compasivo: "Que tu deseo sea mi deseo". De mi corazón desapareció una sombra de toda la vida, la vaga búsqueda aquí y allá había terminado. En mi gurú había encontrado refugio eterno. Y bueno, esto es exactamente lo que habíamos platicado primero. Cómo esa vaga búsqueda, ¿no? De la que habla Yogananda. Es esa búsqueda en una carrera, en una relación, en una posición económica, social, en una actividad, en un hobby, en esto, aquello, y nunca nada termina por satisfacernos. Y al final, lo único que va a satisfacer a tu alma es esa comunión con Dios, que es lo que le pide Yogananda a su gurú. Vamos a seguir adelante.

Aquí, cuando escribe Tesoro, comienza a platicarle a Yogananda sobre su niñez, no sobre su infancia, y le cuenta en una ocasión: "Mi madre trató de asustarme con una espantosa historia de un espíritu en un cuarto oscuro. Fui allí inmediatamente y expresé mi decepción al no aparecer el espíritu. Mi madre no volvió a contarme historias de terror". Moraleja: "Mira al miedo a la cara y dejará de molestarte". Pues, cuánto es preciosa esta enseñanza, tan sencilla, tan simple. Como muchas veces nos estamos bloqueados, como en miedo, y no hacemos algo solamente por el miedo. Pero lo que nos dice Yogananda es que una vez que ok, vas allí y no abres la puerta, de vez a ver dónde está el monstruo, dónde está el espíritu o dónde está no esa cosa terrible, dónde está no esa reacción que va a tener mi esposa o dónde está no en la burla de mis amigos o dónde está. Y vas y la confrontas, no, desaparece. No, entonces bueno, es algo que se puede aplicar para vivir. ¿Cómo puedo decirlo? Que lo compruebes por ti mismo. Ve y hazlo y a ver qué pasa, a ver qué sucede. Y bueno, luego me platicas.

Dice otro recuerdo temprano: "Es mi deseo de un feo perro que pertenecía a un vecino. Tuve a toda la familia trastornada durante semanas por conseguir aquel perro. Mis oídos eran sordos a los ofrecimientos de otros animales de compañía de apariencia más agradable". Moraleja: "El apego es ciego, presta un imaginario halo de atractivo al objeto deseado". Eso es muy, muy, muy interesante porque nos está diciendo que muchas veces podemos tener un deseo que pensamos que es lo máximo cuando, en realidad, es un perro feo. Y es esta la cualidad que tiene el apego que nos dice. No, que es realmente como funcionan todos los deseos, porque llevándonos explica, por ejemplo, un carro último modelo de la marca Tesla, no lo sé, para una persona es como que "guau, lo máximo que puedo ver, que quisiera yo". No, en toda mi vida. Y a lo mejor, para otra persona, no le interesa para nada. O a lo mejor, un helado de sabor capuchino, no sé, a una persona es wow, favorito, y para otra, a lo mejor le causa malestar estomacal o yo no sé. Esa es la misma cosa, el punto es que la misma cosa no tiene ningún poder en sí misma, sino que es uno mismo que le presta ese atractivo a través del apego. Entonces aquí tenemos esa clave, que nosotros podemos manipular, por así decir, cuáles son nuestros deseos, no, para estar en paz. No, porque si pensamos que no voy a poder estar en paz hasta que consiga esto, hasta que consiga aquello, hasta que tenga esto, hasta que tenga aquello, pues vas a estar con mucha ansia por mucho tiempo. Porque es eso, no, ese atractivo falso que una vez que lo tienes, no, a lo mejor, ay qué padre, ya conseguí el carro, y después de un año, ya ni te interesa, no, completamente indiferente. Entonces, bueno, se regresa siempre, siempre llorando regresa siempre a eso. El único deseo que realmente merece la pena cultivar es el deseo por la Comunión con Dios. Vamos a seguir adelante.

La tercera historia se refiere a la plasticidad de la mente juvenil. Hoy, a mi madre, observar de vez en cuando un hombre que acepta trabajar para otro es un esclavo. Esa impresión se fijó en mí de forma tan indeleble que incluso después de casarme, rechacé cualquier puesto de trabajo. Hice frente a los gastos invirtiendo la dote recibida de mi familia en tierras. Moraleja: "Los sensibles oídos de los niños deberían formarse con sugerencias buenas y positivas. Sus ideas tempranas quedan fuertemente grabadas". Aquí brevemente solo para platicarles que Yogananda, luego cuando dejó las Ram, inició una escuela para niños, una escuela, pues yo no sé si era primaria y secundaria, pero para niños y jóvenes, donde enseñaba todos estos conceptos del yoga, los ejercicios de energización, la meditación, y donde daba el ponía al niño en el centro, no, en lugar de poner el currículum en el centro, y luego su discípulo, Swami Kriyananda, continuó ese trabajo y lo difundió como un sistema que se llama "Educación para la vida". Un pequeño dato interesante, y todavía hay escuelas, yo formo parte de una escuela de Educación para la vida y escuelas de Educación para la vida que ponen los principios de Yogananda al centro de la educación. Y bueno, cuánto son importantes, no, porque a lo mejor de adultos es más difícil trabajar con todas estas cosas que tenemos que cambiar de nosotros mismos, y a lo mejor en un niño, pues es más fácil, la mente es más plástica, y además, las impresiones que se quedan grabadas pues son muy potentes, así que hay que poner atención. Vamos a seguir adelante.

Cuando dice Yogananda eligió la mañana siguiente para concederme su iniciación en Kriya Yoga, yo ya había recibido la técnica de dos discípulos de Lahiri Mahasaya, mi padre y mi profesor, Swami Sri Yukteswar, pero en presencia del maestro, sentí un poder transformador al darme su toque. Una gran luz estalló en mi ser como la gloria de infinidad de soles brillando juntos. Durante todo el día, un torrente de inefable gozo inundó mi corazón hasta su centro más recóndito. Solo a última hora de la tarde, conseguí reunir fuerzas para dejar la Ermita.

Es importante recalcar que Yogananda no está hablando en modo poético o metafórico, sino literal, cuando dice que una luz estalló en mi ser como la gloria de infinidad de soles brillando juntos y que durante todo el día, un torrente de inefable gozo inundó su corazón hasta su centro más recóndito. Esto es lo que sucede con la bendición del gurú, porque es la misma presencia de Dios. Yogananda nos explicó que uno puede entrar en Comunión con Dios a través de la percepción de estos estados, no, el gozo, la luz, la calma, etcétera, que va más allá de que a lo mejor Dios se manifieste con palabras, con visiones, no, que te diga instrucciones o lo que sea. Sino que ese sentir, no, ese gozo o ese percibir esa luz, no, es más fuerte que una infinidad de soles. Esa experiencia misma no es una Comunión con Dios. Vamos a seguir adelante.

"En el ashram, la vida diaria fluía suavemente sin apenas cambios. Mi gurú se despertaba antes del amanecer, echado o a veces sentado en la cama, entraba en el estado de samadhi, era la simplicidad misma. Darse cuenta de cuando se había despertado el maestro, detención brusca de estupendos ronquidos, una o dos señales, quizá un movimiento corporal después. El silencioso estado sin respiración estaba en el profundo gozo yoguico y bueno, luego nos cuenta no como una vez también que le puso el espejo que no respiraba, que le tapó la nariz y bueno, esto es algo fascinante, no de los estados yogis que todos tenemos el potencial de alcanzar, gracias también a lo que nos dice el yoga, por el gracias a cómo está construido el cuerpo humano, no porque tiene un sistema nervioso muy refinado. Y tenemos ese potencial, esa capacidad que podemos desarrollar de entrar en ese estado yogico donde la respiración cesa, no completamente se para, y podemos entrar en esa comunión con Dios, esa percepción y se desconectan los sentidos igual que cuando uno duerme. No cuando tú te vas a dormir, entras en el subconsciente, ya no escuchas, no se habla, tú si te llaman por tu nombre, si te tocan, no sientes de ese mismo modo desconectas los sentidos, pero entrar en lugar de entrar en un estado subconsciente, entras en ese estado súper consciente y bueno, esto es algo que se puede cultivar a través no de la práctica diaria profunda larga de meditación, pero sobre todo a través de la gracia del gurú. Bueno, vamos a ir adelante todavía si les queda atención y paciencia. Cuando dice todos se encontraban en el maestro, la misma cortesía y amabilidad para un hombre que se comprende a sí mismo como alma, no como un cuerpo o un ego, el resto de la humanidad asume una sorprendente similitud de aspecto. La imparcialidad de los santos tiene sus raíces en la sabiduría. Los maestros han escapado de Maya, sus alternos rostros de inteligencia idiotez ya no proyectan una mirada que influye en ellos. No mostraba especial consideración por quienes tenían poder o éxito, ni despreciaba a otros por su pobreza o analfabetismo. Escucharía respetuosamente las palabras veraces de un niño e ignoraría abiertamente a un vanidoso. Puntito aquí lo interesante es como nos dice Yogananda que un hombre se identifica a sí mismo como un cuerpo, como un ego, sino como un alma. Y el alma nos dice Yogananda es el reflejo del espíritu de Dios. No es como una gota del océano. No, la gota está hecha del agua del océano. O como pues sí, una un grano de arena en el desierto o como un dedo en una mano. No es una parte del espíritu de Dios. Yogananda explicó que no es que Dios creó al hombre, sino que Dios se convirtió en el hombre. No él o ella individualizó su conciencia no en almas. Y esas almas, esas como una un centro de percepción de la conciencia, no se convierte en ese centro y esa alma está conectada luego con toda la creación a través de esa conciencia de Dios. No entonces así nos dice Yogananda no cuando sabes desde tu experiencia no, no teóricamente, no porque a lo mejor nosotros podemos aceptar teóricamente: 'Ok, si soy un alma', pero una persona como no es que lo acepta teóricamente, o filosóficamente, intelectualmente, sino que es un saber no que viene a través de la experiencia no como yo puedo saber a qué sabe una naranja porque la he probado, diferentemente a que si tú me la cuentas no me dices que es dulce y ácida, agria, pero yo ya tuve la experiencia. Entonces eso que nos habla Yogananda acerca de luego luego nos dice aquí.

No vive cómodamente dentro de tus posibilidades, las extravagancias te crearán incomodidad. Ya fueran los detalles de entretenimiento en La Ermita o en los trabajos de construcción y reparación de esta o en otros asuntos prácticos, el maestro ponía de manifiesto la originalidad del espíritu creativo y bueno, esto me recuerda a un dicho que decía Yogananda: 'No para vivir una vida feliz hay que vivir una vida simple con ideales elevados', no una vida simple que quiere decir no sin lujo, sin extravagancias. Que no es porque estén mal o porque son son de delito, porque son algo malo, no es porque son, sino porque son una trampa, no como que te prometen comodidad, te prometen, y esa comodidad te promete una paz, y esa paz te promete un bienestar, y ese bienestar te promete una felicidad. Pero al final de cuentas sí terminan por estorbarte no en tu desarrollo en tu experiencia de la vida porque igual te apegas. 'Ah, si no tengo esto, entonces no voy a poder', no dice aquí: 'Las extravagancias te crearán incomodidad'. Entonces por eso, Yogananda también nos decía: 'Una vida simple con ideales elevados', nos decía, no es que tienes que vivir en la pobreza o regresar a la prehistoria, pero simplemente el vivir, como dice aquí también, yo vivir cómodo dentro de tus posibilidades. Cómo puedes sí vivir más a lo mejor en contacto con la naturaleza. Hablaba mucho de cultivar tu propia comida, de tener tu propio pedazo de tierra, de poder tener, a lo mejor, animales para tener todo lo que necesitas de un modo simple. Una vida simple y con ideales elevados, esa búsqueda de la felicidad que no sea externa, no en las posesiones, sino interna, no a través de la comunión con Dios. Vamos a ver qué más podemos encontrar aquí. Las tranquilas horas de la anochecer con frecuencia traían uno de los discursos de mi gurú, tesoros que resisten el paso del tiempo. Sus palabras estaban medidas y talladas por la sabiduría. Una sublime seguridad en sí mismo marcaba su forma de expresión. Era única, hablaba como nadie que yo haya conocido. Sus pensamientos eran pesados en una delicada balanza de discernimiento antes de concederles un atuendo externo. Bueno, aquí hay una cosa interesante, este último pensamiento que dice: 'Sus pensamientos eran pesados en una delicada balanza de discernimiento antes de considerarles un atuendo externo'. Cuántas veces no nosotros hablamos sin pensar, como de manera impulsiva, y cuántas veces nos, como decir, nos arrepentimos de todo eso. Entonces aquí, Yogananda, de una manera muy sutil, nos está dando esa también esa enseñanza, más allá de cuánto era extraordinario, es también una forma de, de alentarnos a nosotros mismos también, tener ese cuidadoso proceso de medir muy bien tus palabras, a través de la introspección, de la reflexión, del discernimiento, y cuando entonces, no los pensamientos estén 100% claros y nítidos y que tengan una vibración elevada y ligera, que tengan un efecto positivo, entonces no, como dice aquí, y van a darles un atuendo externo, o sea verbalizarlos, hacerlos forma de palabras. Bueno, algo muy interesante, no cuando Yogananda estaba que le estaban picando los mosquitos y que bueno estaba en su estado yoguico y lo estaba completamente ignorando, y que lleva Randa estaba orando como que por favor, vamos a ponerles los mosquiteros y Shurik, su tutor, lo regaña y le dice: 'No, no te acuestas, el mundo entero va a cambiar para ti, cambia tú. Quita a los mosquitos de la conciencia'. Esto es una enseñanza muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy muy importante, muy grande, que va casi casi que en contra de como todo el mundo piensa o actúa hoy en día, que buscamos de cambiar nuestras circunstancias externas para encontrar esa paz interior. No es bueno, se está repitiendo siempre la misma historia desde diferentes puntos de vista. En este caso, pues a través de de esta experiencia de los mosquitos, que él no podía experimentar esa tranquilidad, esa paz, si no estaba en las mosquiteras. No, pero le dice cambia tú. Quita a los mosquitos de tu mente, y esa es una enseñanza muy poderosa que luego más adelante también vamos a ver en el próximo episodio, como se enfermaba y se sanaba, y se enfermaba y se sanaba por la gracia de su gurú, pero que le estaba diciendo: son tus propios pensamientos. No a crear esa realidad. Entonces es eso. Como tu propia, tu propio proyección de tus pensamientos en la realidad es lo que te van a dar a ti esa tranquilidad. Y bueno, eso es a través de la meditación, de [Música] la comunión con Dios. Bueno, vamos a ver un poquito acerca de lo que nos hablaba de ajimsa, de la no violencia. No, cuando dice: lo que se refería Patanjali era suprimir el deseo de matar. Si usted había leído mi proceso mental como libro abierto, este mundo no está dispuesto de forma conveniente para la práctica literal de ajimsa. El ser humano no puede verse obligado, el ser humano puede verse obligado a exterminar a las criaturas dañinas, no tiene obligación de sentir ira o animosidad. Todas las formas de vida tienen el mismo derecho al aire de Maya. El santo que descubra el secreto de la creación estará en armonía con sus incontables y desconcertantes expresiones. Todo hombre puede acercarse a esa comprensión si domina su pasión interior por la destrucción. Muy interesante como también a veces es fácil confundirse con las formas en lugar de ir a la esencia de las enseñanzas. No es fácil, por ejemplo aquí con esta enseñanza en particular, agimsa, que significa no violencia. Sí, hay gente que, a lo mejor, se lo toma completamente literal, de no querer ni, sí, o sea, de querer vivir una vida donde no matan ni una bacteria, ni un insecto, ni que es pues como dice aquí: no está el mundo no está dispuesto de forma conveniente para la práctica literal de gimsa. No, cuando vas en el carro, pues vas a matar algunos insectos, incluso cuando comes algo, pues vas a, a lo mejor matar algunas bacterias, cuando vas caminando, a lo mejor pisas una hormiga. Es imposible vivir practicando literalmente la no violencia. Pero porque no es esa realmente el principio que uno debe de seguir, sino como dice es ese deseo interno de dañar. Por eso también le dijo: 'Si ya mataste el mosquito, no, cuando Yogananda había levantado la mano, pues ya mátalo, ya que no ya tuviste el pensamiento, ya ya no importa porque ajimsa lo que significa es eso, no es este no tener ese deseo de matar, no tener ese deseo de hacer daño más allá de las acciones. Incluso si podemos estudiar el Bhagavad Gita, que es una guerra, no es una guerra que donde bueno, es una historia de una guerra, no y pues ahí sucede que bueno es eso, que se hacen daño, que se matan, pero lo importante no es el acto, sino la actitud, el deseo que hay, no que existe dentro del corazón como dice aquí, si hay ira, si hay animosidad, entonces es allí donde hay la verdadera violencia. No tú a lo mejor puede ser exteriormente súper pacífico, no que no le haces daño a nada ni a nadie, pero si adentro de ti tienes ese deseo de: 'Ay, ojalá que se muera, ojalá que le caiga un rayo, ojalá que esto y aquello'. Entonces es eso que estás, no estás practicando ajimsa. No, es más importante la actitud, tus pensamientos, tus deseos, las pasiones, no como dice aquí: 'La pasión por la destrucción'. Controlar eso, eso es realmente lo que te va a dar ese beneficio espiritual de tener esta práctica de aginsa. Y luego hace una pregunta muy interesante respecto a: siempre debe uno ofrecerse en sacrificio antes que matar a una bestia salvaje. No, el cuerpo del hombre es precioso, tiene el más alto valor evolutivo, a causa de su cerebro y sus centros espinales únicos. Esto hace posible que el devoto avanzado comprenda totalmente y exprese los aspectos más elevados de la divinidad. Ninguna forma inferior está dotada así. Los Vedas enseñan que la pérdida gratuita de un cuerpo humano es una seria transgresión de la ley kármica. Bueno, esto es una cosa fascinante también de la cual nos hablaba Yogananda, como el cuerpo humano otra vez. No, como dice aquí, es a causa de su cerebro y sus centros espinales únicos. No, a través de su sistema nervioso tan refinado, tiene el mayor valor evolutivo y que bueno, es precioso. Y por eso una vez que Yogananda y Gandhi se encontraron y bueno, estaban escuchando intercambiando ideas y acerca de ajimsa, de la no violencia, no porque Gandhi era un grande, como se dice, pues una persona que traía el ajimsa a toda la sociedad, no y a través de la jimsa y sus cambios muy importantes en su país y en el mundo, sin embargo, había algo que Yogananda no estaba de acuerdo con con Gandhi cuando le hizo la pregunta: 'Bueno, qué haces si un asesino, un loco, llega a tu pueblo, a tu ciudad y amenaza con asesinar a todos?' Y no solo que es que lo amenaza sino que sabes que lo va a hacer, no dice y responde Gandhi: 'Pues me pongo yo primero, no, que me asesina a mí primero'. Una respuesta muy noble sin dudar. Pero Yogananda, bueno, no le dijo nada, no lo le concedió la última palabra siendo él tan gentil, pero luego explica, tal vez lo vamos a leer en algún otro capítulo de La Autobiografía que explica que no es una respuesta adecuada porque al sacrificar, por ejemplo, la vida de esa persona se salvarían las vidas de, a lo mejor, mil personas, no. Y entonces es ahí que entra en discusión estas cosas muy sutiles sobre la ley del dharma, la ley del karma, el valor, el valor de un cuerpo humano, el valor de una vida humana, no, incluso aquí nos dice una bestia salvaje. No, si hay que sí matar una bestia salvaje para salvar una vida, dos, tres humanas, entonces en la ley universal, la ley kármica es aceptable. Y esto es algo muy interesante que habla también las escrituras que puede ser algo demasiado como difícil, que es difícil de entender, que dice: 'Cuando un dharma se encuentra con un dharma más elevado que lo contradice, entonces deja de ser un dharma'. Por ejemplo, es eso: 'Sí, asesinar a un hombre, eso es un dharma'. No, 'No asesinar a un hombre, es una...'. Cómo puedo decir, una acción justa, una acción buena, una acción que lleva hacia la verdad, un dharma se encuentra con un dharma más elevado, que es salvar la vida de mil personas. Ese es una acción más elevada. Entonces, el no asesinar a una persona deja de ser un dharma porque se encuentra con un arma más elevado. Y bueno, lecciones o enseñanzas difíciles de asimilar, de digerir, porque también son cosas demasiado sutiles que dices: 'Bueno, cuál es un dharma más elevado que el otro'. No, y bueno, para eso se requiere la sabiduría. No, la que es una comunión con Dios también sabiduría. No, la sabiduría es un aspecto de Dios. Entonces, se requiere esa intuición, ese contacto con Dios para lograr discernir qué es justo y qué no es justo. No, es imposible lograr discernir solo con el intelecto. Por eso, bueno, puede parecer algo demasiado como difícil de entender, de aceptar, pero es eso. No, si uno está en contacto con Dios, entonces puede ser capaz de encontrar la verdad, la cosa justa que hacer en cada situación. Vamos a dejar hasta aquí este episodio que se nos está acabando la luz. Me da mucho gusto que te hayas quedado hasta el final y te lo agradezco. Y nada, pues nos vemos en el próximo episodio. Que tengas un día muy bendecido. Namaste