Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios

Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte III

April 17, 2022 Aarón Reséndiz Episode 3
Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte III
Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
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Autobiografía de un Yogui - Lectura y comentarios
Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte III
Apr 17, 2022 Episode 3
Aarón Reséndiz

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¿Quién es la Madre Divina? ¿Cómo darle poder a tus afirmaciones?

En este episodio tocaremos estos temas mientras Yogananda nos cuenta sobre sus primeros años de vida.

Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui de Paramhansa Yogananda. Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte III

#Yoga #Yogananda #Meditación #Dios #Afirmación #MadreDivina #Oración #AumTatSat #SantaTrinidad #EspirituSanto #Autobiografía

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¿Quién es la Madre Divina? ¿Cómo darle poder a tus afirmaciones?

En este episodio tocaremos estos temas mientras Yogananda nos cuenta sobre sus primeros años de vida.

Lectura y comentarios sobre la Autobiografía de un Yogui de Paramhansa Yogananda. Capítulo 1: Mis Padres Y Mis Primeros Años - Parte III

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Hola, querido amigo, querida amiga. Gracias por estar aquí el día de hoy, donde vamos a seguir leyendo la Autobiografía de un Yogui.

Vamos a continuar con el capítulo uno. Vamos a concluir la tercera parte.

Poco después de mi curación gracias al potencial del retrato del gurú, tuve una visión espiritual que me influyó mucho. Sentado en mi cama una mañana, entré en un profundo ensueño.

“¿Qué hay detrás de la oscuridad de los ojos cerrados?”. Este agudo pensamiento se impuso con fuerza en mí. De pronto apareció un inmenso destello de luz en mi mirada interior. En la gran y resplandeciente pantalla desplegada dentro de mi frente tomaron forma, como fotogramas de un cine en miniatura, divinas figuras de santos, sentados en postura de meditación en las cuevas de las montañas.

“¿Quiénes sois?”, pregunté en voz alta.

“Somos los yoguis del Himalaya”. La celestial respuesta es difícil de describir; mi corazón estaba emocionado.

“¡Ah, anhelo ir al Himalaya y convertirme en uno de los vuestros!”. La visión se desvaneció, pero los haces de luz plateada se expandieron en círculos cada vez más amplios hasta el infinito.

“¿Qué es este maravilloso resplandor?”.

“Soy Iswara. Soy Luz”. La voz era como un susurro de las nubes.

“¡Quiero ser uno contigo!”.

Lentamente mi éxtasis divino fue disminuyendo, pero rescaté de él un legado permanente de inspiración para buscar a Dios. “¡Él es eterno, Gozo siempre nuevo!”. Este recuerdo persistió mucho después del día del éxtasis.

Guardo otro recuerdo excepcional de mis primeros años; y además literalmente, pues conservo la cicatriz de ese día. Mi hermana mayor, Uma, estaba sentada una mañana temprano bajo un árbol neem en nuestro jardín de Gorakhpur. Me ayudaba con el abecedario bengalí; yo, siempre que podía, me dedicaba a observar cómo los loros cercanos comían los frutos maduros de la margosa. Uma se quejaba de un forúnculo en la pierna y fue a por un tarro de ungüento. Yo me eché un poco de pomada en el antebrazo.

“¿Por qué usas medicinas en un brazo sano?”.

“Bueno, hermanita, siento que mañana tendré un forúnculo. Estoy probando tu pomada en el sitio en que el forúnculo aparecerá”.

“¡Pequeño embustero!”.

“Hermana, no me llames embustero hasta ver qué sucede por la mañana”. Estaba indignado.

Uma no se impresionó y repitió su insulto tres veces. En mi voz había una firme resolución al replicarle lentamente.

“¡Por la fuerza de mi voluntad, digo que mañana tendré un forúnculo bastante grande en este sitio exacto de mi brazo; y que tu forúnculo crecerá hasta el doble de su tamaño actual!”.

La mañana me encontró con un gran forúnculo en el lugar antedicho; las dimensiones del forúnculo de Uma se habían duplicado. Con un chillido, mi hermana fue corriendo a mi madre. “¡Mukunda se ha convertido en un nigromante!”. Mi madre me ordenó seriamente que no utilizara jamás el poder de las palabras para hacer daño. Recordé siempre su consejo y lo seguí.

Mi forúnculo necesitó cirugía. Todavía hoy se puede ver claramente la cicatriz dejada por la incisión del médico. En mi brazo derecho existe un recordatorio constante del poder de las simples palabras del hombre.

Aquellas sencillas y aparentemente inofensivas frases dirigidas a Uma, dichas con profunda concentración, poseían suficiente fuerza oculta para explotar como bombas y producir inequívocos efectos perjudiciales. Más tarde comprendí que el explosivo poder vibratorio del habla puede ser dirigido sabiamente para aliviar nuestra vida de las dificultades y operar de ese modo sin cicatrices ni reprimendas.

Nuestra familia se trasladó a Lahore, en el Punjab. Allí adquirí un cuadro de la Madre Divina en la forma de la diosa Kali. Consagré una pequeña capilla informal en el balcón de nuestra casa. Me ganó una inequívoca convicción de que todas las oraciones pronunciadas en ese sagrado lugar serían respondidas. Estando allí un día con Uma, vi dos cometas que volaban sobre los tejados de los edificios del otro lado de la estrecha callejuela.

“¿Por qué estás tan silencioso?”. Uma me empujó en broma.

“Estoy pensando en qué maravilloso es que la Madre Divina me conceda todo lo que pido”.

“¡Supongo que te dará esas dos cometas!”. Mi hermana se rió burlonamente.

“¿Por qué no?”. Empecé a rezar silenciosamente para poseerlas.

En la India se organizan juegos con cometas cuyas cuerdas se cubren de cola y cristal molido. Cada jugador intenta cortar la cuerda de su oponente. Una cometa libre se desliza sobre los tejados; es muy divertido atraparla. Puesto que Uma y yo estábamos en el balcón, parecía imposible que ninguna cometa perdida pudiera venir a nuestras manos; naturalmente su cuerda quedaría prendida en los tejados.

Los jugadores del otro lado de la callejuela comenzaron su partido. Se cortó una cuerda; inmediatamente la cometa flotó en mi dirección. Quedó quieta un momento, gracias a un repentino aplacamiento de la brisa, lo suficiente para que la cuerda se enredara firmemente en un cactus de lo alto del edificio de al lado. Se hizo un lazo perfecto para que yo la confiscara. Tendí el premio a Uma.

“Fue sólo un accidente excepcional y no una respuesta a tu oración. Si viene a ti otra cometa, creeré”. Los oscuros ojos de mi hermana transmitían más asombro que sus palabras.

Continué mis oraciones con intensidad creciente. Un contundente tirón del otro jugador tuvo como resultado la repentina pérdida de su cometa. Vino directa a mí, danzando en el viento. Mi eficaz asistente, el cactus, aseguró otra vez la cuerda de la cometa con el lazo necesario para que yo pudiera apoderarme de ella. Presenté a Uma mi segundo trofeo.

“¡En verdad la Madre Divina te escucha! ¡Esto es demasiado misterioso para mí!”. Mi hermana huyó como un cervatillo asustado.